En una curva pronunciada de la rambla de Montevideo se entrona el castillo Pittamiglio, medio perdido entre dos edificios pero en contraste por su color rojo y la Victoria de Samotracia que asoma en la proa hacia el Río de la Plata.
El castillo es un ecléctico compendio de 54 habitaciones, 33 puertas y escaleras que no siempre llevan a sitio alguno y conforman un espacio arquitectónico de 1300 metros cuadrados plagados de simbología alquimista*.
Humberto Pittamiglio comenzó la construcción del castillo en el año 1911. El misterioso arquitecto –así descripto por sus vecinos de ese entonces- fue ministro interino de obras públicas a mediados del Siglo XX y escribió un voluminoso libro sobre la correcta iluminación de la ciudad de Montevideo. Como arquitecto, proyectó varios edificios importantes en la ciudad: la Intendencia de Montevideo de aquellos tiempos y la facultad de Agronomía, por mencionar los más conocidos.
Pittamiglio, también fue conocido en Uruguay por su lado artístico, creador y sobre todo por su personalidad esotérica. En su último testamento, por ejemplo, puede leerse que legó su castillo a la Intendencia Municipal de Montevideo, pero con algunas condiciones, una de ellas que se lo devolvieran cuando el mismísimo autor del testamento retornara del más allá. Mientras tanto –otras de las condiciones- solicitó que el espacio fuera concedido para actividades culturales.
Tal vez, así concibió Humberto a su castillo, un espacio físico que representara sus creencias espirituales –dicen que tenía un laboratorio alquimista. Acaso su más peculiar, dinámica e inconclusa obra de arte, que a su vez, era el hogar que compartía con amigos en reuniones musicales y ceremonias.
Un poco de fantasía: dicen que en las noches de encuentros entre amigos, las antorchas prendidas colmaban al castillo mientras bajaba serena la vibración mágica que generaba cambios espirituales en los presentes. Uno de los gestores culturales, luego que culminó la visita guiada, nos contó que tanto él como sus compañeros en determinados momentos sienten la presencia fuerte de alguien o escuchan pasos en las escaleras. Ante mis ojos de escéptica, contribuye a la mística del castillo una recepcionista, ella agrega que en las oficinas de abajo trabajan con unas computadoras con buena memoria ram, y que de un momento al otro estas empiezan a andar lentísimas. Además, continúa el muchacho, hay veces en los que desaparecen objetos y vuelven a aparecer en el mismo sitio. Toda una historia digna para “Voces anónimas”.
No sé cuánto de verdad o de fantasía hay en estos relatos que fuera del guion me cuentan los trabajadores del Castillo Pittamiglio, pero lo cierto es que frente a la estufa, el muchacho –sumamente amable- nos interpela: “¿No estaba apagada la estufa cuando ustedes llegaron?”, “Sí” decimos las tres al unísono (mi sobrina, mi hija y yo) “Bueno, les aseguro que yo no moví un solo tronco para que se prendiera y… ¡miren ahora las llamas!”. ¡Ah! La expresión de las niñas, una mezcla de asombro y admiración, mirando el fuego de esa estufa alquimista que se refleja en sus ojos abiertos de par en par, como si tuvieran a Harry Potter frente a ellas, eso, es algo que nunca voy a olvidar.
* Alquimia, práctica antigua dominada por los egipcios, denominada la ciencia suprema o la ciencia de las trasmutaciones. En Egipto se trabajaba con los 4 elementos: aire, fuego, agua y tierra. Realizaban estudios sobre los metales, los primitivos estudiosos de esa ciencia del Medioevo, se llamaban filósofos herméticos. Los filósofos herméticos no buscaban sólo la trasmutación del metal, convertir el plomo, hierro y cobre, en plata y oro (los metales sagrados). Buscaban en primer lugar curar las enfermedades para que la gente no se muriera por cualquier peste que en ese entonces arrasaban a la humanidad, procuraban prolongar la vida humana y elaboraban medicamentos. Deseaban con sus experimentos encontrar la inmortalidad física, (hay textos de alquimistas que dicen que han vivido 300 o 500 años, incluso más) o crear la vida perfecta a través de pequeños seres humanitos. (Un biógrafo del alquimista suizo Paracelso le atribuye a éste la creación de pequeños humanos de unos 25 centímetros de estatura que eran mantenidos en pequeños recipientes de cristal abiertos). Los alquimistas buscaban también la invisibilidad, o encontrar la sustancia que impregnada en un objeto macizo y concreto no reflejara la luz. SE dice que habrían logrado licuar sustancias sólidas, como las piedras, lo cual explicaría el enigma de cómo se trasportaron los enormes bloques de piedra de las pirámides egipcias, piedras licuadas mediante procedimientos secretos trasportadas a través de canaletas. Más allá de manipular lo físico, los alquimistas también buscaban cambios cualitativos de las personalidades, creando para ello ámbitos especiales.
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