sábado, 26 de julio de 2008

Clic Uruguay (en España)

“Clic Uruguay” es una travesía como turista en España, al encuentro de inmigrantes uruguayos. Un mes dividido entre Ibiza –una de las islas Baleares al sureste del país- donde reside, sin papeles aún, Valeria; y Barcelona –una ciudad tan cosmopolita como cautivante en la costa mediterránea-. Sitio donde hace casi dos años se encuentran Federico y Lorena con su chiquita de 6 años, Valentina, los tres indocumentados.

Por Cinthia Soca

Todo empezó en el desfile inaugural del carnaval del año 2004. Allí, un acierto de elementos que convergieron en la instantánea –donde el payaso Pildorita es protagonista- que un año más tarde me hiciera acreedora del primer premio del concurso nacional de fotografía Clic Uruguay: que organizado por Pluna y acorde con la empresa consistía en dos pasajes ida y vuelta a Madrid. No sólo fui a descubrir Europa y a deliberar con mi cámara fotográfica, también me di de bruces con la realidad de los uruguayos que viajaron “a por un futuro mejor”.

Toda coincidencia con la realidad no es pura casualidad.
El último “Hasta pronto” en la cafetería del Aeropuerto Internacional de Carrasco. Mi hija se toma una fotografía junto al Negro Rada -la única foto que el destino me dejará conservar de este viaje, pero que aún no sé. Una vez en la nave el músico exuberante y bonachón habla con los pasajeros, cuenta que se va de gira por España en una suerte de regalo para los uruguayos que emigraron a ese país europeo. Mis compañeras de asiento: una adolescente de 15 años -que viaja para visitar hermanas que viven en Valencia desde el año 2003- y una señora que habla mucho. Entre trillones de palabras la señora verborrágica me cuenta que es oriunda de Galicia e inmigrante al Uruguay cuando la Guerra Civil Española.

Bien. Ahora nos disponemos a cruzar el Océano Atlántico. Desde las alturas y en la noche, Río de Janeiro parece una gran ciudad de diamantes. Al cabo de un rato miro y ya no veo más que negro, la oscuridad total. Abro el diario que me dieron al subir. En él, hay una reseña acerca de un libro sobre entrevistas a uruguayos –desde Alfredo Zitarrosa hasta Raquel, una prostituta. ¡Vaya coincidencia!. Hace una semana atrás conversamos con el autor del libro reseñado, pues tiene una hija en Ibiza -Sofía- que prometí visitar.
Arranco la página y la guardo, el resto lo deshecho. Este diario más que valor informativo tuvo para mi el valor de la coincidencia, que no es poca cosa.

¿Uruguayos, dónde fueron a parar?
Según datos del INE de España al 1 de enero de 2006, se revela la existencia de más de 1 millón de inmigrantes irregulares, ilegales de los cuales aproximadamente 18.528 serían uruguayos, 24.272 residen de forma legal. Una cantidad de 1.214.000 inmigrantes son provenientes de Sudamérica.

Instantáneas en Ibiza

I
Aquí estoy, hace cinco días en Ibiza parando en la casa de Valeria. Ya se acabaron los alfajores que traje pero por suerte aún hay yerba. Y dato a compartir, en el aeropuerto de Barajas no me pidieron seguro médico ni me revisaron la billetera para saber sobre mis euros; por suerte porque no llegaba ni al mínimo de los requisitos que tanto informaron a través de los medios, en esa suerte de estrategia mediática para que la población deje de emigrar como golondrinas.

II
“Dicen” que Cristóbal Colón era de Ibiza, de allí el monumento en San Antonio, playa de la isla: un huevo gigante con una carabela en su interior. He preguntado en librerías, incluso en la biblioteca y lo más que llego a acercarme a la verdad es “dicen que sí”. Pero allí está, el monumental huevo, dedicado al descubrimiento de lo oval de este planeta y a otras connotaciones que prefiero obviar.

III
Ibiza es una isla bellísima. Cautiva los sentidos de manera natural: colinas, campos de trigo, molinos antiguos, conejos blancos que se te cruzan en pequeños caminos que te conducen al mar mediterráneo, turquesa y tibio. ¿Algo más se puede pedir?
No obstante, la gente frecuentemente también opta por cautivar sus sentidos de forma artificial. Los carteles sobre la ruta son de fiestas, discotecas, shows eróticos y DJs. Sí, aquí los DJs son Dios. “!Oh my DJ no me prives de la lujuria de cada día!”. Infaltable la venta de sexo, también es parte del menú. Hay una especie de paquete armado para los turistas cuyo combo incluye lo anterior más alguna pastilla del color que quieras –la pasta base europea: el éxtasis-, porque como me afirmó rotundamente Valeria: “Si no te colocas, estás fuera de la movida”.

IV
Sin embargo no todo lo que brilla es oro. Ahora lo escucho por testimonio de mi amiga, que entre otras cosas, estuvo tan adentro de la movida que ahora esta muy afuera de todo, muy afuera de Uruguay y hasta de ella misma: “¿Por qué no volvés Valeria y haces una rehabilitación… vas al psicólogo, no sé?”. “No tengo nada en Uruguay, que voy a hacer allá”. “¿Y acá?, estás limpiando casas, no me digas que eso no lo podes hacer allá”.
Valeria está aislada en una isla, deprimida porque se dejó obnubilar por los espejitos de colores brillantes de Europa. Ella tiene treinta años y emigró a los 25, porque en su horizonte España le brindaría futuro, lo que se puede traducir a mayor oportunidad laboral.
En Uruguay trabajó de moza, haciendo las temporadas en Punta del Este. En Ibiza ha “currado” de mucama y limpiado casas, porque básicamente son los trabajos que se consiguen sin los papeles. Tuvo su época de cima cuando tenía a su cargo tres casas para limpiar, lo cual la colocaba en posición de alquilar sola, y poco a poco, fue vistiendo su casa con elementos que encontró tirados en la basura: “Los viernes se tiran electrodomésticos, si aún funcionan los colocan parados y si no acostados”, me explica. Es así que Valeria tiene heladera, cocina, televisión a color y equipo de música. Lo mismo con los muebles, cuyo día de cosecha son los martes. Escucho todo esto con el ceño fruncido, ¿Por qué el uruguayo en Europa se jacta de los elementos que encuentra en la basura?. Me confunde la condición de quejarse de la realidad del país natal y dejar la cultura innata para trasladarse a otros lugares a recoger la basura de la cultura primer mundista.

V
Pablo es el hermano de Valeria. Llegó a Ibiza en marzo de 2006 con idea de trabajar una temporada y volverse al país con los bolsillos llenos de euros. Para conseguir su objetivo trabaja 16 horas al día, reparte su intensa estadía en la isla en dos trabajos, uno de barman y otro en la construcción ,“paleta” dijeran allá. Hablamos poco, él llega a dormir a la hora que yo lagarteo al sol del mediterráneo.

VI
Soy una turista atípica por estos lugares. Cuando hablo con cualquier persona me preguntan si soy Argentina: “No, soy uruguaya”. “Ahh…¿y ya encontraste trabajo?”. “No porque no lo estoy buscando, estoy de vacaciones”. “…”. Se produce un silencio al que yo no ayudo con explicaciones. Puedo leer sus pensamientos en el ínterin: “!¿Una uruguaya de vacaciones en Ibiza?!”. Para nada colabora mi look, que es el mismo que llevo como si estuviera de vacaciones en Rocha. Totalmente despreocupada de las apariencias, mientras que en Ibiza el 95 por ciento de los turistas parecen salidos de una pasarela o una revista de moda al estilo Vogue, Jet Set, Gente, “Very Important People”.

VII
También en esta isla hay otra compatriota, Sofía -la hija del escritor- que trabaja como todo el mundo pero una jornada más humana, humanidad que le permiten los papeles de residencia. Lleva una vida pintoresca, de trotamundos. Vive de “ocupa” en una casona antigua con muchas habitaciones de las que sólo ocupa una, sin agua corriente y sin electricidad. “Me baño y lavo la ropa en la Cruz Roja”, me cuenta cuando le pregunto por condiciones básicas de supervivencia. Ella, a diferencia de Valeria, viajó por una necesidad de conocimiento de otros mundos y aventura. El encuentro con Sofía fue pactado en el monumento a Cristóbal Colón. Esa tarde, en Café del Mar, vimos el sol hundirse en el Mediterráneo, escoltado por un parapente multicolor. Tomamos una sangría en caja y cantamos canciones de La Tabaré: “Rocanrol de la arrabal, tercermundista” .
Nos despedimos con la idea de reencontrarnos en Uruguay cuando se venga de vacaciones. Mi regalo para Sofía es el último disco del Cuarteto de Nos, “Raro”, y el recorte de diario donde se publicó la reseña acerca del libro que escribió su padre. Se le ilumina la mirada, así con esa luz le tomo un retrato.

VIII
A la lejanía de los kilómetros le ayuda mucho la tecnología, de este modo me comunico con Uruguay, veo sus rostros y me entero del frío que envuelve a julio de 2006.
El 7 de julio llega el siguiente correo electrónico:

"Mal. Hoy, jueves a la madrugada, falleció Juan Pablo Rebella, cineasta, codirector de las películas 25 Watts y Whisky. Al parecer, Rebella se suicidó. Tenía 32 años de edad y un futuro increíble como realizador".

Sin palabras.


Instantáneas en Barcelona

I
Dejó atrás la hermosa isla. Es un cambio de chip radical, me traslado a una gran ciudad donde habitan más de 7 millones de personas; de todas las razas, credos y religiones.
Al llegar a puerto, lo primero que se ve es otro gran monumento al descubridor de América. Colón se irgue en las alturas señalando hacia el lugar de donde soy oriunda. Allá está América. Allá está Uruguay. Yo estoy acá, con la mochila y el bolso de mano rosado donde he puesto todo lo que me representa valor. Me arrojo a las calles de Barcelona y aun la trillada calma que precede a las grandes tempestades puede aplicarse literalmente para explicar una situación. Es 9 de julio, son las 22.30 horas en Barcelona. La gente, como en todo el globo, está amontonada frente a pantallas mirando la final del mundial Italia versus Francia. En la tranquilidad de una calle sin transeúntes -paisaje poco usual en la algarabía barcelonesa- llamo desde un teléfono público a Federico para avisarle que llegué.
Antes que mis nuevos anfitriones llegan un par de personas hambrientas de turistas inofensivos. Me percato de que había otra final menos mediático: mis pertenencias versus los ladrones. Mis contrincantes me invitan amablemente a que les entregue mi bolso rosado y no hay tiempo para bromas de naturaleza: “Este color no va con tu look”.
Así es que a escasos minutos de que Italia se corone campeón, me quedo en Barcelona, en el medio de la nada con nada. Llegan mis amigos e Italia mete un penal a favor. Una tempestad de gente azota Las Ramblas, calle donde desemboca el puerto.

II
La vida es muy irónica a veces, pienso, porque estoy en España gracias al premio de un concurso de fotografía, intentando hacer de este viaje una especie de reportaje en imágenes.
Inexorablemente ya no tengo mi bolso, que dentro suyo contenía mi cámara fotográfica, los rollos tomados en Ibiza… pero peor aún, mis documentos, el pasaje de regreso a Montevideo para el 26 de julio y los euros.

Y entre la multitud y sentimientos oscuros -donde hay un lugar pequeño para la alegría del encuentro- nos dirigimos a una seccional de policía para hacer la denuncia. Mañana al consulado.

III
El consulado se ubica en el Paseo de la Gracia, frente a una de las despampanantes obras de arquitectura moderna de Antonio Gaudí: la Casa Batlló.
Sentada en la calle, esperando a que se me abran las puertas del cielo –la oficina abre a las 9.30 horas y son las 8-, observo el monumento a la modernidad, por un momento me olvido del arrebato: es la magia del arte.

IV
La magia del arte como estrategia de supervivencia me acompañará durante las dos semanas que me restan, lo de los papeles está todo solucionado: hablo con una asistente social que me certifica que no puedo pagar el importe del “Válido Pasaporte”, documento que te hacen cuando te roban el pasaporte; y además en la sede de Pluna, aunque con cierta resistencia, me emiten el pasaje de regreso gratuitamente, sin multas.

En el consulado, acompañando la larga cola que hacen los uruguayos para regularizar sus condiciones en España, una compatriota con ánimo de contestarme cómo lleva el hecho de ser inmigrante, me cuenta: “Vivimos en Castells des Fells, allí hay muchos uruguayos, y nos hacemos el aguante. Nos juntamos y tomamos mate, escuchamos unas murgas o tocamos los tambores. Pero la nostalgia siempre está y es tan grande que es muy común, entre nosotros, tomar una pastilla que se llama “Dormilina”, de ese modo olvidamos un poco todo lo que extrañamos, incluso cuando nos encontramos en el mercado y va uno con mala cara, es una broma usual decir: ‘¡No tomaste la Dormilina!’”. Le pregunto, entonces porque sacrificar la cultura y la familia, y ella me lo responde con la convicción sedada: “Porque aquí se gana en calidad de vida”.

V
Pienso en las palabras de la mujer en el consulado. Es cierto, el concepto “calidad de vida”, se respira. Comparo los sueldos y la diferencia es increíble, por ejemplo un sueldo promedio en España ronda los 1.200 euros que traducidos al sueldo nacional serían unos 36.000 pesos. La diferencia se hace notar en el consumo, en casi todo, excepto en el aspecto de la vivienda. En promedio alquilar un “piso”, lo que sería un apartamento con una habitación, cuesta como mínimo 800 euros; es por ese emotivo que miles de inmigrantes irregulares sudamericanos que no llegan a las condiciones requeridas para alquilar, se abarrotan hacinados en una habitación, conviviendo entre cuchetas, dos o tres familias diferentes y de diferentes regiones también. Por otra parte, la “calidad de vida”, la observo en el transporte. Los ómnibus, realmente son servicios integradores, puesto que en vez de escaleras tienen rampas y espaciosos corredores, permitiendo así el accenso en coches con bebés, más cómodo para los ancianos o para las personas minusválidas.

VI
Valentina, la hija de mis anfitriones en Barcelona -Lorena y Federico-, me tiene de niñera.
Está en sus vacaciones escolares, lo que viviendo en esta ciudad y en el 5º piso de un edificio antiguo significa bajar una vez por día a la plaza, cuando el sol da tregua. Esto desde luego no difiere en nada con vacacionar en Montevideo, lo interesante es una vez en la plaza. Valentina, nombre de moda en Uruguay, juega con niños que por mas que practique su nombre no concibo pronunciarlo correctamente; infantes de todas partes del globo que comparten la lengua única de la infancia, de las miradas cómplices, de la risa y los juegos. Pienso en la utopía de que creciendo un chico en este entorno, se formará seguramente más tolerante y abierto comprendiendo acerca de la diversidad de la cultura, hasta llego a pensar –mientras los veo hamacarse y tirarse bombas de agua- qué serán los futuros revolucionarios hacia un mundo exento de xenofobia: la teoría positiva de la migración masiva.

Y como cada vez que tengo mis certezas la realidad me explica como son las cosas, viene a contradecirme una niña chilena de 8 años: “Me contó Vale que tú eres de Paraguay”. “No chiquita, soy de U-ru-guay”. La pichona latinoamericana no conoce de la existencia de este país; pero relevante y anti utópico es lo que cuestiona luego de que le ofreciera gratuita y sintetizadamente una clase de geografía improvisada en la tierra floja de la plaza con una rama cualquiera. Seguramente la palabra “Sudamérica” es la que detona por un mecanismo de asociación en su cabecita, la interrogante: “¿Que significa sudaca? Los niños que no quieren jugar conmigo me lo dicen”. Entre titubeos alcanzo a sugerirle que cada vez que le digan eso se aleje de esos niños que seguro habrá otros que si querrán jugar. De este modo simple y cotidiano se desbaratan las grandes teorías.

VII
Hoy estuvimos en la terraza escuchando a Jaime Ross. Lorena, se puso a llorar porque extraña Uruguay. Ella, con su esposo y la niña, hace más de un año que emigraron. Recién desde un mes atrás, está trabajando de moza en un restaurante y no porque no sobren empleos para indocumentados, que los exploten por doce horas de trabajo a un sueldo de 700 euros –jornada que está haciendo en la actualidad- si no porque estuvo muy deprimida, me cuenta: “Cuando estaba en Uruguay, me quejaba y sólo pensaba en venir para aquí; cuando estuve aquí, no me adapté a está sociedad y sólo pienso en volver”. Ahora juntan dinero, para regresar al país, lo cierto es que vendieron todo lo que tenían para hacerse los documentos y viajar. “Volver”, como decía Carlos Gardel, con la frente marchita.

VIII
Fui a la estación de ómnibus a comprarme el pasaje a Madrid, ya estoy casi en la cuenta regresiva. Mañana son 8 horas de Barcelona a Madrid, de allí me resta el vuelo que son aproximadamente 18 horas -no sé exactamente, me marean los cambios de horarios-.
Luego de recoger el boleto visité el Museo de Ciencia, en el camino pasé por debajo del Arco del Triunfo que es igual que la Puerta de la Ciudadela, en la plaza Independencia de Montevideo, sólo que cuatro veces mas grande, revestida con ladrillos rojos y estatuas de ángeles; además su pasaje por debajo no está tapado con unas macetas enormes de cemento y espantosas.

Volver con la frente marchita y sin cámara de fotos

¡De vuelta en Uruguay!, sin fotografías para compartir pero con muchas historias para contar, además con una pequeña muñeca bailarina de flamenco y una caja de bombones Garoto del free shop, para mi pequeña hija que me espera con los ojos brillantes en las barras de metal, que en el aeropuerto separa a los que arriban de los que esperan.

Ya en el ómnibus que me lleva definitivamente al punto de partida de este viaje, recuerdo el concepto “calidad de vida”. Volver a Uruguay en pleno invierno, después de un mes en Europa de veraneo, te agarrota el corazón de contrastes. La avenida por la que transito, desde Montevideo hacia la Costa de Oro, luce en sus construcciones laterales, paredes derruidas y enmohecidas, el pasto quemado por el frío destella bolsas de basura y papeles que el viento arremolina; lo más contrastado son los niños en los semáforos, con la inhospitalidad climática desabrigados pidiendo una moneda. Ahora también entiendo, lo que muchos poetas escribieron acerca del gris de esta ciudad. Tal vez sea una pesimista empedernida y mejor fuera continuar con mi cámara en mano cargada con una película a color, pero sin más de mi viaje y acerca de Uruguay, esto es lo que mi percepción ha podido encuadrar.


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