viernes, 6 de marzo de 2009

Judíos y occidentales a la sombra de la historia*



Sobre bikinis, túnicas largas y pañuelos en la playa
Judíos y occidentales a la sombra de la historia*

Cinthia Soca

I
Me contaron que en la playa El Barranco (una bajada muy solitaria cerca de Punta Ballena), desde enero acuden varias familias de judíos ortodoxos. Yo les pregunto cómo es que saben de su religión, si acaso los hombres llevan a la playa las Kipás prendidas en la mollera. No, no las llevan, lo deducen –me dicen- por los nombres de pila que oyen cuando las madres llaman a sus hijos; pero lo saben también por la vestimenta que llevan las mujeres y niñas ya púberes; todas lucen una recatada indumentaria homogénea: remera de mangas largas (tonos blancos, azul o gris), polleras por las rodillas y pañuelos en sus cabezas. Las mujeres y niñas púberes –me siguen contando- se dan baños de mar vestidas con una larga túnica. ”Tenés que investigar”, me instan. “¿Lo qué?”, pregunto; “La situación de las mujeres judías”, recalcan.
II
Bien. Llueve y no voy a la playa, pero intento reflexionar sin caer en el prejuicio inmediato y el egocentrismo cultural que me inclinaría a pensar que las mujeres judías son sometidas porque se bañan en el mar con túnicas. Prefiero no invadir sobre otros hábitos -distintos a los míos- con un foco occidental. Entiendo que elijan una playa solitaria y lejana para disfrutar con su numerosa familia, pues cualquiera puede imaginar el contraste visual frente a mujeres que en el mismo paisaje lucimos casi desnudas, con bikinis de todos los tamaños y colores. Es interesante este contraste, porque es en él, muchas veces, que lo invisible salta como gotas de agua en aceite caliente. Diferentes visiones del mundo se interceptan en simultáneo, y manifiestan la diversidad, ese concepto tan en boga que sirve para entender a una minoría frente al imperio de lo occidental. ¿Reflexionar sobre el sometimiento de la mujer judía?… Acaso nosotras las mujeres occidentales, libres, etcétera; ¿no sufrimos un sometimiento aceptado en la playa? El peso de la moda y la belleza estereotipada en la publicidad y el cine de Hollywood–y no la impronta de la tradición. La presión social que examina en nuestro cuerpo la temida celulitis, o las estrías; o en nuestros pechos la perfección plástica de las siliconas. “Este verano vos elegís: sirena o tonina”, reza el mantra de la libertad de las mujeres occidentales en la playa.

III
Esta playa es comparándola con las demás de la costa atlántica, un remanso solitario. Somos pocos quienes la frecuentamos. No hay salvavidas. Apenas dos simples construcciones: un cerco de madera que marca el límite entre la costa y la calle, como diciéndole a los autos “hasta acá”. La otra construcción es un cartel: “Atención, playa sin salvavidas”. Después, arena y olas.

IV
Cuando cesa la lluvia y sale el Sol, me dirijo a la playa. Atrás dejo la calle de pedregullo para sentarme un momento en el cerco de madera y contemplar el frondoso océano que revuelto como está parece confirmar literalmente un poema de Idea Vilariño: “El mar no es más que un pozo de agua oscura”. El cartel, un poco molesta la visual, pero cuando lo miro de nuevo, me detengo en una esvástica nazi pintada recientemente con pincel y pintura roja. El único soporte posible para hacer un agravio al pueblo judío fue alcanzado, pienso, mientras lo miro impávida. Me equivoco, bajo la cabeza y a la derecha de mi mano que está apoyada en el pilar de madera, hay otra esvástica roja, saco la mano como si me hubiera quemado. Este símbolo me ofende aunque no soy judía, es la antípoda de cualquier intento de comprender la diversidad humana. Otra vez se nubla. Parece que me encuentro a la sombra de la historia.

V
Pero eso no es todo. Han pasado muchas cosas, este verano y en este solitario lugar.
Un vecino cuenta que el otro día hacía tanto calor que no se podía estar si no en la playa. El sol golpeaba verticalmente y no llevaba sombrero; tomó su remera blanca para acomodarla sobre su mollera dejando caer en parte el largo de la remera sobre su espalda y con el resto se hizo un nudo que envolvió su cabeza para protegerla al mejor estilo desértico. Parece que uno de los hombres de las numerosas familias judías pasó a su lado y lo miró con enfático desdén. Otra vez la impronta del signo ¿Quiénes si no mejor que los judíos saben que un pañuelo – aunque negro y blanco, llamado Kufiya- en la cabeza, simboliza más que un simple trozo de tela que protege sobre las inclemencias del sol y la arena? Es el estandarte de la lucha del pueblo palestino contra la opresión israelí.

VI
El universo es diverso y la historia compleja; seguramente las mujeres judías seguirán yendo al mar con sus túnicas largas como traje de baño, las occidentales de bikini acomplejándonos por la silueta. Peor aún la historia del mundo seguirá su trajín, reflejando sus conflictos no sólo en tristes guerras y matanzas, también en pequeñas y cercanas escenas cotidianas; donde sea que haya más de dos personas y símbolos que signifiquen algo.
*Publicado en Semanario Brecha (27 de febrero 2009)

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