Sábado 13 de setiembre Montevideo, Uruguay. Cinco de la tarde. Cerré la laptop Hewlett Packard. El trabajo experimental multimedia que me habían solicitado en Brecha estaba casi terminado. La idea “era” seguir trabajándolo en mi casa luego de la clase práctica de Dreamweaver. El profesor comenta: “me parece perfecto que lleves la computadora en esa mochila –una mochila negra hecha pelota- porque hay gente que sale con las laptops en su valija y se regala como perejil de feria”. Estoy de acuerdo. Mientras caminamos hacia la parada del ómnibus surgen anécdotas de robos, sobre las distintas formas de reaccionar de las personas cuando son robadas y ambos coincidimos en que es un disparate la publicidad de Movistar que promociona Internet móvil y te invita a navegar por Internet en la plaza de la esquina de tu barrio, al aire libre.
17:10. Subo al 526 en Rivera y Tomás de Tezano. Queda un asiento libre, me acomodo sin sacarme la mochila. En la parada de Montevideo Shopping, el pasillo se llena. ¿Por qué me llama la atención esa muchacha? ¿Qué tiene de especial? Rubia teñida, de chaleco rojo con capucha, unos lentes de sol acomodados como bincha... parece que viene acompañada y a la vez parece que no. Me olvido de ella, cada cual con su mundo interior; en el mío está el trabajo que pretendo terminar cuando llegue a casa. A mí lado, hay un treintañero parado como una estatua. Me levanto para bajarme y le tengo que pedir permiso para que se mueva, lo hace mínimamente y por más que intento evitarlo, mi cuerpo roza con su postura corporal rígida. La doble fila en el pasillo me parece extremadamente inmóvil, me hago paso con bastante esfuerzo, toco el timbre. Me bajo. Camino cinco pasos y pienso: “que poco pesa la mochila”. Efectivamente. Veo sus dos cierres abiertos. Un flash en mi mente: el ómnibus a lo lejos. No soy fanática de las seriales policiales pero algo residual, instintivo, me hace parar un taxi:
-Siga a ese ómnibus verde, me acaban de robar.
17:23. A la segunda parada, en Rivera y Lamas, logramos interceptar el ómnibus. Subo y digo sin pensar: “Lo siento mucho por el mal momento, pero me acaban de robar en este ómnibus. Voy a llamar al 911”. Llamo. El guarda cierra las puertas. Me piden los datos, número de celular, dónde estoy, qué pasó. Nadie puede salir del ómnibus –dice el chofer- hasta que venga la policía. Siento que tengo a todos los pasajeros de rehenes.
Se supone que el 911 es de emergencia, pero pasan los minutos y ni rastros de un móvil policial. En el interín viene una muchacha y me dice:
-Mirá querés revisarme, no tengo tu computadora, vengo de trabajar y todavía no almorcé, quiero ir a mí casa”. Abre su bolso. No quiero revisarla, sólo quiero que venga la policía, haga lo que tiene que hacer y recuperar mi computadora con el trabajo de semanas. Pero las esperanzas se desvanecen. Una señora de unos cincuenta años sentada al fondo, me dijo que en la parada anterior bajaron cuatro personas: dos muchachos y dos muchachas, y que los vio tomarse un taxi.
17:30. El taxi que siguió el ómnibus conmigo está a unos metros. Voy a hablar con su conductor, con una mínima posibilidad de que surja una pista.
-¿Llegó a ver el taxi que subió a cuatro personas en la parada anterior?, pregunté al chofer.
-Ni idea.
-Puede comunicarse por radio y alarmar que un taxi que paró en Rivera y Llambi, lleva a cuatro personas que me acaban de robar.
-No. Imposible, no tenemos el número de móvil, cómo hacemos para detectarlos. Me sigue dando raras explicaciones: “Mirá que no estoy cubriendo a nadie”.
17:40. Vuelvo al ómnibus. Los pasajeros me quieren linchar porque les estorbo. Unos cuantos me vienen a decir sus problemas y razones de porqué se tienen que ir ya. Otra vez pienso, cada cual con su mundo. Una joven se solidariza con mi desesperación, llama nuevamente al 911 para ver qué pasó que aún no llegaron.
-No lo puedo creer –se exaspera, la muchacha- dicen que no van a venir. No lo puedo creer…
Les pido disculpas a todos por el mal momento y me voy con la mochila liviana. En mis pensamientos un millón de cosas a la vez: los archivos que tenía, el trabajo casi terminado, entre otros trabajos en proceso; pero también el muchacho que se paró a mí lado como una estatua y la muchacha de chaleco rojo, que extrañamente no estaban en el ómnibus cuyos pasajeros por un rato tomé de rehenes. Aunque recuerdo nítidamente el rostro de ambos, preferiría olvidarlos.
AL FINAL. Luego de hacer la denuncia en la seccional décima, una vez en mi casa y después de un té de tilo, llamo al 911, esta vez para preguntar por qué no asistieron.
-Usted no habló conmigo, entonces esa respuesta no se la puedo dar.
-Quiero que alguien me de la razón del porqué no asistieron.
-... Tendrá que hablar con el encargado.
-¿Quién es el encargado?
-El inspector Mayor Vega.
-Bueno, páseme por favor.
-No, tendrá que llamar mañana, ahora no se encuentra.
¡Perfecto!
*Publicado en Semanario Brecha 19 de setiembre de 2008
Taller de análisis cinematográfico
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Arrancamos el año con nuevos talleres, esta vez, los sábados a partir del 2
de marzo, y los jueves a partir del 7 de marzo, de 18.30 a 20 hs.
Seis enc...
3 comentarios:
Y ahora falta la réplica del inspector Gadget! El 911 por dentro: una crónica del aislamiento policíaco.
Dale. Para la próxima semana que estoy exclusivamente invitada a la sede 911, hago el reporte "911 por dentro" y me llevo una laptop de repuesto. no! es una broma.
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